miércoles, 13 de abril de 2011

Capítulo 2



Agosto 2001
Hacía una mañana espléndida ese día de principios de agosto, perfecta para salir a correr un poco antes de que el calor fuera insoportable. Gala avanzaba a una velocidad constante por el paseo marítimo de Sitges, esquivando a otros que, al igual que ella, habían decidido hacer algo de ejercicio aprovechando que la hora era temprana y todavía se sentía una ligera brisa a orillas del mar. Llevaba unos shorts ajustados que mostraban unas piernas delgadas pero fuertes, fruto de haber pasado gran parte de sus diecisiete años de vida haciendo deporte. Primero fue la gimnasia rítmica, como muchas otras niñas de siete u ocho años; después vino el tenis; y desde que empezó bachillerato y debía dedicarle más tiempo a los estudios, sólo salía a correr algunas mañanas, especialmente en vacaciones.
Gala llevaba ya veinticinco minutos corriendo, tenía la cara roja por el esfuerzo y empezaba a notarse las piernas más y más pesadas, pero se movían por pura inercia. Pensó que quizá ya había cumplido por hoy, así que mejor sería iniciar la vuelta a casa ya que desde donde estaba le separaba un buen trecho. Cambió de dirección, pero se metió por una calle perpendicular al paseo para atajar un poco.
Pasó por una zona residencial donde todo eran grandes casas de dos o tres plantas rodeadas de vallas altas y de jardines con piscina. Se quedó observando una de ellas cuando, al doblar una esquina, oyó un “¡Cuidado!” y sin darle tiempo a reaccionar, sintió un fuerte golpe de algo metálico que la embestía hacia atrás y la tiraba al suelo. Completamente desorientada, abrió los ojos y se miró primero las manos y seguidamente su cuerpo, en busca de alguna herida importante o incluso fatal, no fuera que se muriera allí mismo sin darse cuenta todavía de qué había pasado. Notó, sin embargo, un escozor en su rodilla derecha. “¡Mierda!” dijo en voz alta; tenía la piel rascada y sangraba ligeramente.
–Lo siento mucho, cuando te he visto ya era demasiado tarde y no he podido evitar el choque. ¿Estás bien?
Gala levantó la cabeza. El responsable de que casi muriera a la prematura edad de diecisiete años estaba ahí delante, sacudiéndose el polvo de su ropa y sus manos. Junto a sus pies había una bici con el manillar torcido. “¿Qué si estoy bien?”, pensó indignada, “¡Me acaba de atropellar con una bici! ¿Cómo cree que estoy?”
–Pues estaba mejor antes de que me atropellaras, gracias. –contestó secamente. Seguidamente intentó levantarse de la forma más digna que pudo pero decidió no hacerlo al comprobar que le escocía demasiado la rodilla. No pudo evitar hacer una mueca de dolor que al joven ciclista no le pasó inadvertida.
–Vaya te has hecho una rascada, déjame ver. –el chico se agachó junto a Gala para comprobar el estado de la rodilla magullada, gesto que aprovechó ella para observarle detenidamente. Su piel estaba bronceada por el sol, el pelo era de color castaño claro, seguramente algo quemado por el sol, y tenía unos rizos rebeldes que le caían encima de los ojos. En ese momento, él levantó la vista hacia ella y la pilló mientras lo miraba con curiosidad. Sus ojos eran verdes y muy vivaces. Rieron a la vez que él sonrió, y su sonrisa era de anuncio: tenía los dientes extraordinariamente blancos y perfectamente alineados, y sus labios eran carnosos pero sin resultar demasiado gruesos. Gala debería haberse dado cuenta de que estaba mirando al chico con demasiado descaro pero, así era ella, y aunque no lo hubiera reconocido en ese momento, se había quedado embobada. –¿Te duele mucho?
–Tengo la piel levantada y estoy sangrando, ¿a ti qué te parece? –podría haber respondido con un “Sí, un poco...” y sonreír tímidamente como haría cualquier chica ante un chico como él pero Gala no resultaba tan fácil de contentar. Ese imbécil la había atropellado y lo que se merecía era que ella lo atropellara con un tractor.
–Vale, vale. –dijo él alzando las manos a modo de rendición. –Lo siento mucho, la he cagado pero por favor, déjame ayudarte. Vivo a tan solo un minuto de aquí, acompáñame y te curaré la herida.
Eso sí que no se lo esperaba Gala. ¿Desde cuándo había chicos amables por el mundo? Sin embargo, no quiso darle el gusto de hacerse el héroe así como así.
–No serás un violador, un maníaco o un asesino, ¿no?
–O las tres cosas a la vez, no te fastidia... -contestó sin poder reprimir una carcajada. Gala le dirigió una mirada cargada de reprobación, así que tuvo que añadir –Vivo con mi abuela. Si no te fías de mí al menos fíate de una dulce e inocente anciana.
Era suficiente. Desde el suelo, Gala estiró sus brazos para que él la ayudara a levantarse, a lo que él accedió de buena gana. Recogió la bici del suelo y dijo:
–Soy Pablo, por cierto.
–Gala. Te diría que ha sido un placer conocerte, pero sería como decir que me alegro de que me hayas atropellado, y todavía no estoy tan loca.
Pablo rió, sobre todo porque parecía contento de haber atropellado a aquella chica tan refunfuñona. Quién sabe, quizás Gala estuviera realmente loca y cambiara de opinión.
Tal y como Pablo había prometido, en un minuto llegaron a su casa, una vivienda de color blanco y de dos plantas, rodeada por una valla alta cubierta de setos frondosos. En la entrada, había una puerta metálica de color burdeos.

3 comentarios:

  1. Laura. Te hemos encontrado por Twitter y no podemos evitar escribirte. ¿Nos conoces? Somos Literatura Nova, una red social para literatura 'anónima' o novel, que pretende dar a conocer a autores desconocidos entre los miles de lectores que hay en internet. ¿Por qué no echas un vistazo a la web? Podrías subir los capítulos que has publicado aquí. Te haces un perfil y seleccionas la licencia de tus textos. Siempre serán tuyos, nosotros sólo somos un soporte (como un libro). Nos puedes seguir también por Tw @literaturanova o por FB (Literatura Nova). ¡Dinos algo, por favor! Te esperamos :)

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    Me sumaría a tu lista de seguidores, pero no me lo permite, no se por qué.

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  3. Laureta sigue así que ya verás como esto tira para delante!

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