miércoles, 8 de junio de 2011

Aviso a navegantes

Durante estas semanas no he podido seguir escribiendo porque estoy a final de curso y no tengo tiempo para nada. En cuanto acabe los exámenes tendréis el nuevo capítulo aquí y en Literatura Nova. Espero que sigáis por aquí cuando vuelva :D

Un saludo a todos

martes, 10 de mayo de 2011

Capítulo 5

Agosto 2001
En aquella tranquila tarde de domingo, tomando el sol en la playa en compañía de sus mejores amigas, Gala se encontró delante la persona que menos esperaba ver en aquel momento.
–Pablo –Lo saludó con una sonrisa que fingía ser forzada, como si tenerle delante fuera lo que menos le apeteciera en ese momento–. No, el atropello no fue para tanto. ¡Pero podría haberlo sido!
–¿Atropello? –preguntó Carla sin comprender nada.

No hubo respuesta. Pablo insistió, sin perder su sonrisa:
–Pero te llevé a mi casa para curarte, así que lo arreglé un poco, ¿no?

–¿Su casa? –preguntó esta vez Beth–. Pero, ¿de qué os conocéis?

Tampoco hubo respuesta. En su lugar, Gala volvió a dirigirse a Pablo:

–Es lo mínimo que podías hacer después de casi matarme.
Carla y Beth se miraron la una a la otra. No conocían a aquel tal Pablo y tampoco recordaban haber oído hablar de él. Tras dirigirse una mirada de resignación, decidieron no intervenir y limitarse a observar la escena.
–Cierto, pero no puedes estar enfadada para siempre –y añadió mostrando su amplia sonrisa– tendrás que perdonarme algún día.
Gala hizo ver que meditaba sus opciones: estar molesta con él durante el resto de su vida o perdonarle. La segunda alternativa era la más sensata, ya que el suceso ya no le parecía tan grave. An así, si elegía eximirle se acabaría el juego, y pinchar a aquel chico era algo que a Gala le divertía mucho, para qué engañarse. Finalmente contestó:
–Ya veremos.
De nuevo aquella sonrisa. Era vivaracha y juguetona, como la de una niña cuando trama una fechoría. Uno no podía evitar reír al verla, ni siquiera Pablo.
–Conseguiré que lo acabes haciendo –se limitó a responder él alegremente y, tras colocarse las gafas de sol que llevaba colgando del cuello de la camiseta, se alejó de las tres chicas caminando por la orilla del mar.
Gala se sorprendió de la seguridad de aquellas palabras que parecían anunciar una promesa. Pero al mismo tiempo la fuerte convicción que Pablo mostraba la enfurecía. La refunfuñona se había quedado inmóvil durante unos pocos segundos mirando cómo él se iba cuando finalmente fue capaz de reaccionar:
–¡Yo no estaría tan seguro! –gritó, aunque no tuvo la certeza de que su mensaje hubiera sido recibido, pues el joven no se giró y siguió andando, balanceando los brazos con cierta chulería y seguridad a lado y lado de su cuerpo.
Tras esas últimas palabras, Gala se recostó en su toalla, dispuesta a serenarse y a seguir disfrutando del sol en la más absoluta tranquilidad. Muy a su pesar, se encontró con las miradas inquisitivas de sus dos amigas. “Oh, oh”, pensó, “aquí viene el interrogatorio”. No se equivocaba.
–¿Y bien? –Beth fue la primera–. ¿De dónde ha salido este tal Pablo?
Ante este tipo de situaciones lo mejor es no hacerse de rogar y soltarlo todo. Gala lo sabía bien, por algo hacía años que conocía a Beth y Carla. Pretender ocultar la identidad de Pablo solo habría incrementado más la curiosidad de las dos chicas. Por ese motivo, decidió empezar por donde se suele hacer: por el principio. Les contó cómo él se la había llevado por delante con la bicicleta, y lo mucho que ella se había enfadado. Las dos amigas no se sorprendieron lo más mínimo, ¡menudo genio se gastaba Gala! Lo que no comprendían era cómo ese chico seguía vivo, aunque sospechaban que su carácter amable y su sonrisa habían tenido mucho que ver. Ninguna expresó estos pensamientos en voz alta, no hacía falta. Ambas intercambiaron una mirada y al instante comprendieron que estaban pensando lo mismo. No pudieron evitar que se les escapara una risita, pero Gala, inmersa en la explicación de su historia, no se dio cuenta. La dejaron hablar hasta que llegó al final, cuando Pablo se ofreció a acompañarla a casa y ella se negó.
–Chicas –empezó Beth con la ilusión brillándole en sus alegres y redondos ojos– creo que este puede ser el inicio de algo. No me negaréis que de ser una película estaría más que claro que estáis destinados a estar juntos.
–Por Dios, Beth, –la reprendió Carla– haz el favor de dejar de ver historias de amor por todos lados. Esto es la vida real.
–Además –intervino Gala– Pablo no es precisamente un príncipe que ha llegado a lomos de su caballo blanco para rescatarme. Más bien todo lo contrario: monta en bici y me ataca.
–Bueno, es un príncipe moderno. ¿Quién tiene un caballo hoy en día? No es precisamente el medio de transporte más práctico, cagan sin parar y huelen mal.
–Tonterías, Beth. Pablo tiene de príncipe lo que yo de princesa. Yo creo que es un prepotente. Está muy seguro de sí mismo y realmente piensa que va a conseguir que le perdone. Además, tampoco es que pretenda volver a verle. Por mí como si desaparece del mapa.
–A ver, no nos precipitemos. Tampoco hace falta acabar con él. Quiero decir, el chico está muy bien, así que si no lo quieres...
Gala dirigió a Carla una mirada llena de reprobación. Si se pudiera matar de esa forma, habría caído fulminada.
–Eh, eh –Trató de justificarse–. Solo digo que si tú no lo quieres, yo puedo hacer un buen uso de él.
–¡Siempre pensando en lo mismo! –exclamó Beth riendo.
–¿Quién ha hablado de eso? –dijo Carla levantando las manos como si quisiera demostrar su inocencia.– Lo que pasa es que Gala aún no ha superado lo de Alberto y no quiere volver a caer en las zarpas de otro hombre. Pero yo soy capaz de mantener una relación pasional con alguien sin enamorarme como una tonta y acabar jodida.
Alberto había sido el primer novio de Gala y probablemente su primer amor. O al menos lo que ella creyó al principio. Estuvieron juntos unos tres meses, hasta que él le dijo que era demasiado joven para continuar con la relación. Concretamente le dijo: “Siento que me estoy poniendo límites. Debo conocer mundo, vivir otras experiencias, surcar otros mares”. Por supuesto, Gala no era tan tonta como para tragarse semejante mentira. Esa trola insultaba su inteligencia, así que sabía muy bien a qué tipo de experiencias se refería Alberto. De hecho, después de ese día lo vio cada semana con una o dos experiencias nuevas. Había que reconocer que contaba con el físico adecuado para permitirse esa clase de lujos, aunque eso no lo eximía de ser un completo imbécil. A pesar del dolor que Gala sintió cuando él la dejó, la furia fue más fuerte. Contó hasta diez y mantuvo la compostura. Aquel día, como tantas otras veces, estaban tomando un refresco en el Mont Roig. Alberto le soltó su discurso y ella asintió a todo lo que él dijo, mostrando acuerdo y conformidad. Pero no nos engañemos, la procesión iba por dentro. Así que cuando Alberto se levantó para ir al servicio, Gala cogió su vaso y escupió en su Coca Cola. A su regreso, el hombre sin límites tomó un trago de su bebida. Gala se limitó a sonreír con satisfacción. Sin embargo, aquel mismo día, una vez estuvo sola en su habitación, lloró de rabia. Se sintió como una estúpida al haber creído que Alberto la quería, y también por formar parte de la larga lista de fulanas con las que él había estado. Se prometió que no volvería a pasar nada parecido. Ningún idiota le tomaría el pelo otra vez.
–¿Pero qué dices? –La indignación de Gala era evidente.– Por supuesto que he superado lo de Alberto. Ya han pasado dos meses, no querrás que guarde luto por un capullo como él.
–Es que desde que Alberto te dejó rechazas a todos los chicos que se te plantan delante, como Pablo.
–Vaya, Carla, perdona por no querer sucumbir a los encantos del primer maromo que encuentro.
–¿Y quién ha hablado de sucumbir a sus encantos? Sólo digo que te diviertas y te sueltes la melena. Aunque quizás el problema es que no eres capaz de pasártelo bien sin que afloren sentimientos de amor y esas chorradas.
–Oh Dios, ¿es sangre lo que corre por tus venas? ¿O directamente estás hecha de hielo? –preguntó Beth con sarcasmo. Gala, que también tenía la misma duda, no pudo evitar soltar una sonora carcajada.
–Sí, sí. Vosotras reíd. Pero si me hicierais un poquito más de caso, mejor os iría.
–De acuerdo, Carla, no te enfades –dijo Gala para poner fin a la discusión, pues no quería que su amiga se ofendiera.– Te demostraré que puedo ser como tú y no enamorarme del primero que pasa –y añadió mientras dirigía una mirada traviesa a Beth.– Con una de nosotras que lo haga ya tenemos suficiente.
–¡Eh! –exclamó la aludida con indignación más fingida que real. A esas alturas ya tenía asumido que era una romántica empedernida y sin remedio. Esta particularidad se debía, quizás, a que de pequeña había visto demasiadas películas Disney y, ya de adolescente, las había sustituido por comedias románticas. Carla siempre le decía que tenía una percepción completamente equivocada de cómo eran los hombres, en especial, los jóvenes de hoy en día. Tenía razón, pero nada libraría a alguna de las tres amigas a cometer los mismos errores que otras chicas de su edad.
Esa misma noche, Gala dio cientos de vueltas en su cama, sin lograr conciliar el sueño. Pensó en Carla y en su tremenda facilidad para conseguir a todos los chicos que le gustaban. Lo cierto es que nunca se había enamorado de ninguno, se limitaba a quedar con ellos durante un tiempo y, cuando se cansaba o se le pasaba la tontería, les daba puerta. Era capaz de involucrarse lo justo como para no salir perjudicada de la relación. La mayoría de sus ligues eran chicos de Sitges a los que conocía de vista o porque iban a su mismo instituto. Unas veces embaucaba a alguna amiga para que se lo presentara o era ella misma la que iba directamente con todo su desparpajo a hablar con ellos. Hablaban un rato, se reían y terminaban besándose. Pero nunca pasaba de ahí. Así era Carla, mucho ruido y pocas nueces. Toda su experiencia sexual se reducía a lo que había aprendido viendo los capítulos de Sexo en Nueva York. Aunque esto era algo que sólo sabían Gala y Beth.
Después de Carla, otra persona pasó por la mente de Gala: Pablo. No había que ser muy lince para adivinar que el madrileño estaba interesado en ella y que estaba empeñado en conocerla mejor. Sin embargo, era precisamente ese interés la razón de que Gala lo rehuyera. Pablo, además de ser un tipo llamativo con sus ojos verdes, su piel morena y su gran sonrisa, parecía ser un completo encanto. Un espécimen totalmente opuesto a la mayoría de ejemplares de su edad. En definitiva, un chico al que cuesta rechazar. Pero Gala debía hacerlo. Si se dejaba seducir por él tendría un grave problema: cualquier tipo de relación que pudiera surgir entre ellos dos llevaría gravada una fecha de caducidad. Una vez finalizara el mes de agosto, todo habría acabado. Por ese motivo, lo mejor era hacer lo que tan sabiamente había hecho siempre Carla: no involucrarse.
Cuando finalmente apareció el sueño, se dejó envolver por él sin oponer resistencia alguna. Soñó varias cosas aquella noche pero, al levantarse a la mañana siguiente, solo recordaría que quien la había acompañado todo el tiempo había sido Pablo.
***
Unos días más tarde, Gala salió a correr como de costumbre. Estaba realizando su recorrido habitual por el paseo marítimo cuando acudió a su mente el recuerdo del sueño que tuvo unas noches atrás. Algo le hizo cambiar de opinión y sintió la imperiosa necesidad de modificar su ruta. Giró a la derecha para alejarse de la playa y adentrarse en la zona residencial a través de la Calle de Francesc Armengol. Circulaba por la acera y esquivaba con agilidad a los peatones que se cruzaba, los cuales iban vestidos con bañadores y cargaban colchonetas además de pesadas bolsas con todo lo necesario para disfrutar de un día de mar y sol. Gala observaba a todos los transeúntes, buscando en sus rostros alguna cara conocida. Iba totalmente alerta, como quien espera encontrarse con alguien.
Era de agradecer la sombra que proporcionaban los grandes árboles de aquellas calles dado que a las diez de la mañana el sol ya calentaba con fuerza y Gala tenía toda la frente perlada por el sudor. Empezaba a sentir el cansancio, pero éste no la detuvo y avanzó con decisión mientras se acercaba cada vez más y más a la casa con la puerta de color burdeos. Cuando ya podía divisarla a lo lejos, la asaltó la duda: “Gala, ¿se puede saber qué haces aquí? Vamos, da media vuelta ahora que aún no te ha visto nadie. Además, ¿qué pretendías hacer si lo veías? ¿Saludarle y decirle que pasabas por ahí por casualidad? Sospechoso, muy sospechoso.” Se volvió decidida a volver a casa, pero entonces sintió que algo le decía que se acercara más. Era como tener dos vocecitas dentro de su cabeza que le ordenaban cosas diferentes. La que le instaba a quedarse le susurró: “Te preocupas demasiado pensando en las consecuencias de todo lo que haces. Vive y disfruta. ¿Te apetece pasar un rato con ese chico? ¡Adelante! No estuvo tan mal cuando fuiste a su casa el día que lo conociste. Venga, corre hacia allí y provoca un encuentro casual y fortuito. No se dará cuenta.”
Como quien no quiere la cosa, Gala volvió a dar media vuelta y se dirigió hacia la vivienda. Solo había que pasar por delante y mirar por el rabillo del ojo si el joven estaba por el jardín. Si así era... ya vería entonces qué haría para llamar su atención. Lamentablemente, al acercarse a la puerta no le pareció ver a nadie por allí. Se paró y escudriñó a fondo los alrededores de la casa, pero no tuvo éxito en su búsqueda. Con la decepción gravada en su rostro, Gala pensó que sería mejor dejar de hacer el tonto y dar por finalizada su dosis de ejercicio diaria. Reemprendió la marcha y en el primer cruce giró a la izquierda.
Estaba pensando ya en la Coca Cola fresquita que se iba a tomar al llegar a casa cuando Gala reparó en el sonido de unas patas que golpeaban contra el suelo y que se acercaban cada vez más a ella. Bajó la vista hacia su derecha y vio un precioso Golden Retriever que trotaba con la lengua afuera y meneaba el rabo. Gala, que tenía debilidad por esa raza de perros, no pudo resistirse a él, de manera que paró para acariciarlo y darle unos golpecitos amistosos en el lomo.
–¿Pero de dónde has salido tú, grandullón? –le dirigió unas palabras cariñosas al animal y miró a lado y lado de la calle para buscar al posible dueño, pero no vio a nadie.
Había vuelto a dirigir toda su atención en el perro cuando oyó unos pasos rápidos y una voz que gritaba “¿Tod?”. Un joven de pelo castaño claro dobló la esquina. Pablo. Primero vio al alegre Tod que movía el rabo con energía y seguidamente se fijó en la persona que le acariciaba detrás de las orejas. Pablo esbozó una sonrisa y Gala se la devolvió.
–No sabía que tuvieras perro.
–Bueno, en realidad no es mío, sino de mi abuela. –Pablo se agachó para ponerle la correa a Tod. –Este diablillo me ha hecho seguirle a toda velocidad durante dos manzanas. Creo que ha sido porque te ha visto correr y quería unirse a ti; tiene la manía de retar a la gente a hacer carreras.
–¡Qué simpático!
Pablo, que ya había acabado de atar bien al animal para que no le obligara a hacer otro sprint, se levantó para quedarse a la misma altura que Gala. Ambos se miraron a los ojos y el silencio se apoderó de ellos. ¿Se suponía que ahora que Pablo había recuperado a Tod ya podía regresar a casa y Gala retomar su camino? Parecía que ya no hubiera nada más que hacer allí. Finalmente, Gala convino que lo mejor sería retirarse. No parecía que Pablo tuviera muchas ganas de hablar:
–Pues nada, ya tienes a Tod. Yo estoy muy sudada así que será mejor que me vaya a casa a darme una ducha.
–¿Por qué no te vienes a mi piscina? Está mucho más cerca que tu casa –sugirió Pablo con cortesía. No quería dejar marchar a Gala con tanta facilidad puesto que no sabía cuándo iban a volver a verse.
–Porque, para empezar, necesito un bañador. No pensarás que voy a mostrarte mis encantos así como así –le contestó ella a la vez que ponía una cara un tanto maliciosa.
–¡Claro! Quiero decir, no... –El rostro de Pablo se cubrió de rojo debido al rubor. Intentó recuperar el control y añadió. – Como has dicho que estabas sudada... En fin, te lo decía por si no tenías ningún plan ahora y querías hacer algo.
–¡Te lo decía en broma! –Exclamó la joven entre risas al ver la reacción de Pablo.– No te pongas así, hombre. Gracias igualmente por la invitación. Otra vez será.
Gala dirigió una última sonrisa al madrileño y dio media vuelta dispuesta a volver a casa. Pero, desde el momento en que empezó a correr, se dio cuenta de que quizás no lo volvería a ver, a no ser que hiciera algo al respecto. Estaba claro que no podía ser ella la que lo fuera a visitar motu proprio, sino que él debía invitarla antes. ¡Pero ya lo había hecho y ella había rechazado! Otra vez será. Eso es como decir que no. “Vale, ¿y qué hago ahora?” se preguntó, “No quiero que piense que me gusta ni nada por el estilo, pero no hay nada de malo en conocerse y, quizá, ser amigos. Puede que yo a él no le interese tanto como creo y simplemente quiere tener una amiga porque se siente solo y no conoce a nadie más. Madre mía, seguro que es eso, y yo me he comportado como una creída. Encima me he dejado enredar por Carla y Beth. Va, lumbreras, ahora piensa algo para arreglarlo. ¡Y que sea rápido!”.
–¡Ey! –Gala se había detenido y ahora contemplaba como Pablo estaba a punto de desaparecer al final de la calle. La oyó y se detuvo. Su cara reflejaba sorpresa y duda.– Estoy cansada de correr, ¿me acompañas a casa dando un paseo? A no ser que apeste a sudor, en tal caso ya me iré sola.
Pablo volvió sobre sus pasos y se dirigió hacia donde estaba Gala. Cuando ya estuvo a su lado, acercó su cabeza unos centímetros más hacia ella, sorbió aire por la nariz y dijo:
–Creo que lo soportaré, aunque no puedo hablar por Tod; su olfato es más fino que el mío.
–¡Calla, idiota!
Aquella fue la primera vez que Gala habló con Pablo sin pensar en nada más. Dejó a un lado las malas experiencias con otros chicos, los consejos de Carla por buscarse un ligue y los de Beth por buscar el amor de su vida. Pablo, por su parte, se sintió mucho más relajado al advertir el cambio de actitud de Gala. Quizás de ahora en adelante todo iría mejor y podría mantener una amistad normal con la única persona que conocía en el pueblo, al menos por el momento.
Quince minutos más tarde, llegaron al bloque de pisos donde vivía Gala. Señaló el balcón del segundo piso:
–Ése es el lugar más fresco de toda la casa. En verano me paso ahí casi todo el día, siempre que no estoy en la calle, claro. Pero si alguna vez pasas por aquí y me ves, pégame un grito y bajo. No olvides que me has invitado a tu piscina.
–Tranquila, lo tengo presente. Pero oye, ¿no tienes un timbre al que pueda llamar?
–Claro, qué tonta. El 2º B. Entonces... –Dudó un momento. No quería parecer muy descarada.– espero volver a verte pronto por aquí. Ve mentalizándote de que me voy a apoderar de tu piscina.
–Ya verás cómo me tienes por aquí rondando antes de lo que te imaginas.
Dicho esto, Gala subió el escalón de su portal sacó las llaves del bolsillo del pantalón de deporte y abrió la puerta. Se quedó inmóvil en el umbral debido a que no sabía cómo debía despedirse. ¿Dos besos? ¿Un gesto con la mano? ¿Un simple “Adiós”? Y mientras su cabeza pensaba en todas las opciones posibles, Pablo, ajeno a todas aquellas cavilaciones, alzó la mano y dijo:
–Nos vemos.
El joven mostró una vez más su bonita sonrisa a su nueva amiga y se marchó, dejándola con la boca entreabierta y un “Adiós” a medio salir. “¿Por qué tendré que darle siempre mil vueltas a todo?” pensó justo antes de soltar la puerta y dejar que ésta pegara un portazo.

jueves, 21 de abril de 2011

A los visitantes de este blog

Hola a todos los que os pasáis por aquí, ya sea porque os he medio obligado, porque habéis visto el enlace en mi twitter o en la página web de Literatura Nova o porque, simplemente, habéis aparecido aquí por accidente. Sea como sea, ¡sois bienvenidos!

Esta semana el blog ha alcanzado las 200 visitas y aunque también cuenta las que realizo yo, no me meto tantas veces como para llegar a esta cifra, así que alguien más está pasando por aquí. Pero, ¿quién? He aquí el problema: no tengo ni idea de quién ha pasado por aquí, quién ha leído algo ni si le ha gustado.

Échame una mano y dime que has visitado este blog, lo que opinas de la historia o lo que quieras. ¡Recuerda que puedes sugerir un título para el libro!

Muchas gracias :)

Capítulo 4


Agosto 2001
Era domingo por la tarde y Gala se había quedado dormida en una tumbona que había en la terraza de su casa. El libro que había estado leyendo hasta que el sopor la invadió descansaba peligrosamente al filo de la tumbona cuando, al mover la mano unos centímetros, lo empujó y provocó su caída. El pesado libro produjo un golpe sordo al darse contra el suelo, haciendo que Gala se despertara con gran sobresalto. Miró con los ojos adormecidos a derecha e izquierda buscando el origen de aquel ruido, y cuando bajó la mirada hacia el suelo lo encontró. Recogió el libro y lo puso sobre una pequeña mesa redonda que tenía justo al lado. Al moverse, notó una tirantez en la rodilla herida por la caída del día anterior. Llevaba una gasa sujeta con un esparadrapo que le molestaba cada vez que flexionaba la pierna. Se apartó un poco la gasa para comprobar el estado de la herida; vio que ya se había formado una costra, así que sería mejor dejarla al aire para que se acabara de curar. Empezó a retirar el esparadrapo despacio, pero como sabía que de esa forma dolería más, acabó quitándoselo con dos tirones rápidos.
***
Cuando el día anterior Pablo condujo a Gala a su casa se encontraron con que no había nadie allí. Él supuso que su abuela habría salido a dar un paseo o a comprar lo que le hiciera falta para hacer la comida. Gala se sintió algo más tranquila; no le entusiasmaba la idea de tener que conocer a aquella señora desconocida que, muy probablemente, se preguntaría qué demonios haría esa chica en su casa. Esperó en la terraza, sentada en una silla de madera, mientras Pablo buscaba el botiquín en el interior de la vivienda. Apareció al cabo de dos minutos, con una amplia sonrisa en la cara y dispuesto a conseguir el perdón de la refunfuñona mediante el galante acto de curarle la herida. No fue fácil, pues en un principio ella se resistió y pretendió hacerlo ella misma, pero él no cedido:
–He sido yo quien te ha hecho daño así que lo menos que puedo hacer es curarte la herida. –no dejó de sonreír en todo momento, pero sus ojos verdes la miraban con tanta intensidad que Gala fue incapaz de llevarle la contraria y le dejó hacer.
Pablo se sentó en el suelo, cogió el bote de agua oxigenada y mojó un pedazo de algodón con ella. Llevó el algodón a la herida y la empezó a limpiar con mucha delicadeza. Ella quería quejarse, decirle que le escocía o que le estaba haciendo daño para hacerle sentir mal por haberla atropellado con la bici, pero le fue incapaz. Pablo no se parecía a la mayoría de chicos que conocía. A ellos solía tratarles con antipatía en un primer momento, hasta que se ganaban su confianza y consideraba que ya eran merecedores de su amabilidad. Pero Pablo estaba portándose tan bien con ella para contentarla y arreglar lo que había hecho que empezaba a sentirse mal por ser tan borde. Intentó cambiar de actitud dándole un poco de conversación:
–No me suena tu cara, ¿hace mucho que vives aquí?
–En realidad no vivo en Sitges, soy de Madrid. –cogió un nuevo pedazo de algodón y lo impregnó de iodo. –He venido a pasar el mes con mi abuela porque mi abuelo murió hace unos meses y mi madre insistió en que viniera aquí para hacerle compañía.
–Es un bonito detalle. –reconoció Gala con sinceridad. – ¿Conoces a alguien de aquí?
–Por desgracia no. Cuando era más pequeño sí que hacía amigos cada verano que pasaba aquí, pero hace cinco o seis años que no vengo y me imagino que ya no se deben acordar de mí.
–Bueno, siempre puedes intentar conocer a alguien nuevo. –respondió ella para intentar animarle.
–Supongo que sí. De todas formas llegué el jueves por la noche así que aún no he tenido tiempo para socializar con nadie. Aunque como vaya atropellando a todo el mundo no creo que haga muy buenos amigos.
–¡Ya te digo yo que no!
Por primera vez ambos rieron, se miraron directamente a los ojos y se relajaron. Pablo le acabó de curar la rodilla a Gala; le puso una gasa y la adhirió a la piel con una tira de esparadrapo. Una vez hecho esto, le preguntó si quería quedarse un rato y le ofreció algo de beber, pero ella consideraba que ya era hora de volver a casa y rechazó su ofrecimiento.
–Te acompaño a casa entonces.
–¿Estás de coña? Aún no estoy segura de que no seas un violador, un maníaco o un asesino. –repitió Gala la misma broma mientras le guiñaba un ojo.
–O las tres cosas a la vez. –le volvió a contestar él como había hecho antes, aunque no pudo evitar mostrarse algo decepcionado por el rechazo.
–Exacto. –y con una sonrisita divertida se marchó por la puerta de color burdeos, caminando con cierta lentitud dirección a su casa y dejando a Pablo allí, que observó la puerta durante unos minutos más mientras pensaba en lo imprevisible que era aquella chica.
***
Gala estaba inmersa en sus pensamientos cuando una voz un poco chillona la sacó de su ensimismamiento:
–Eh tú, perezosa, vamos un rato a la playa, ¿te vienes?
Gala reconoció la voz que venía desde la calle, se levantó a toda prisa de la tumbona y se asomó al balcón. Eran Carla y Beth, vestidas con bañadores, pareos y chanclas y cargadas cada una con su bolso de playa.
–Emm... sí, -contestó aún medio adormilada –dadme dos minutos y bajo.
Quince minutos más tarde, las tres amigas llegaban a la playa, colocaban sus toallas en la arena, se untaban con crema solar y se tumbaban a tomar el sol de las cinco de la tarde. Hablaban con alegría, con un tono de voz elevado, gesticulando de una manera que muchas personas podrían calificar de excesiva, pero eran plenamente felices en aquellos sencillos días de verano.
–Pues yo creo que Danny no debería haberse liado con Evelyn, ¡pero si era la novia de Rafe, su mejor amigo de toda la vida! –dijo Beth con indignación cuando hablaban de Pearl Harbor, la última película que habían ido a ver al cine.
–Pero Rafe en teoría había muerto. No sé, yo hubiera hecho como Evelyn: a rey muerto, rey puesto.
–Carla, mira que llegas a ser bruta. ¿Tú qué piensas, Gala?
–Es una situación muy complicada, no me gustaría estar en la piel de ninguno de ellos tres. Supongo que uno no elige de quién se enamora, así que no podemos decir nada en contra de Evelyn y Danny. Pero si os soy sincera, yo vuelvo de la guerra y me encuentro con semejante panorama, ¡y me muero!
–¿Morirte? Mujer, digo yo que mi pequeño atropello no fue para tanto, ¿no?
Gala palideció al reconocer aquella voz. No quería darse la vuelta porque sabía qué se iba a encontrar, o mejor dicho, a quién. Aun así, no podía ignorar su presencia, sobre todo porque sus amigas habían dirigido rápidamente la mirada hacia él, sin comprender nada en absoluto.